En país de violaciones que pretenden justificarse con calzones rojos y vida social, y en contexto de crisis pandémica donde la violencia contra nosotras se ha intensificado, nuestros feminismos - al menos en Lima - enfrentan serios desafíos en términos de fragmentación y brechas. En los últimos días, esto se ha vuelto a poner de manifiesto alrededor de dolorosos casos, que me interpelan y me generan reflexiones, pero sobre todo preguntas.

¿Cómo mantenemos ese fuego que anima nuestra búsqueda de justicia con posicionamientos claros y asertivos en diversidad de expresiones y caminos; y al mismo tiempo permanecemos atentas a que ninguno nos devuelva a lógicas patriarcales? ¿Cómo hacer para no destruirnos desde acusaciones y encasillamientos estancos del tipo puntivista/ anti-punitivista y otras posturas binarias que parecen insalvables?

Desde mis propias experiencias y dificultades con esto quiero creer que podemos mantener abierta la posibilidad de tender algunos puentes a la vez que reconocemos y honramos claramente nuestros legítimos límites políticos, éticos y subjetivos.

Dependiendo de quién, cómo, y cuánto el testimonio se acerca, se convierte en reto grande permanecer abiertas - y sin defensas - a escuchar lo que las víctimas de diversas violencias necesitan. Esta escucha también nos reta a distinguir las violencias, grados e implicancias en nuestra comprensión política, pero sin jerarquizar los sufrimientos y necesidades de las afectadas de carne y hueso.

En ese camino, persiste también el reto de abrirnos cada vez más a reconocer nuestros privilegios ligados a pactos patriarcales, de clase, de etnicidad, institucionales, etc. y distanciarnos de ellos para entrar en vínculos más justos y generativos. ¿Cómo perseverar en la deconstrucción aun cuando no siempre lo logremos, conscientes de las trampas del negacionismo y la autocomplacencia, o de la culpa y el señalamiento?

Sigo a Magda Goldin cuando dice que el entendimiento de justicia que hemos aprendido de toda la vida implica castigo punitivista como reparación, una lógica profundamente patriarcal de la que nos toca desligarnos, pero ¿cómo desmantelarla? ¿qué justicia queremos? No hay respuestas fáciles, pero es urgente reflexionar e imaginar desde nuestros espacios comunitarios, vecinales, estudiantiles, asamblearios, colectivas, etc. nuevas formas de justicia más allá del escrache y el señalamiento, en particular entre nosotras.

El escrache ha sido sumamente importante como parte de nuestros procesos de alzar la voz y romper la impunidad, y probablemente aún sea necesario en algunos casos. Pero enfrentamos situaciones muy dolorosas que alertan sobre la necesidad de debidos procesos reparadores y transformadores, que nos acerquen más a ese horizonte de sociedad que queremos construir. Procesos que atiendan a la complejidad de las violencias; donde quienes dañaron o a quienes se acusa no pierdan humanidad y puedan también tener voz, escucha y posibilidad de reparar y reintegrarse, siempre que la disposición este ahí. 

Escribo esto con ánimo de intercambio plural sabiendo que no hay respuestas únicas y que habrá muchas otras preguntas. No creo en una idílica sororidad esencial a las mujeres por ser mujeres, pero sí en la construcción colectiva aprendiendo de lo caminado – errores incluidos – y en las posibilidades de articulación política en medio de nuestras diferencias, muchas de las cuales también pueden ser nuestra fuerza.